Quienes habían hecho cábalas sobre cómo iba a cambiar el definitivo debate en televisión se han equivocado. Nada cambió. Mejor dicho, casi nada, puesto que esta vez tocó abrir el turno siempre a Zapatero y contestar a Rajoy. Ni por ésas el mandamás socialista logró arrebatar la iniciativa al dueño del llavero popular. Rajoy ha contrarrestado el empuje de Zapatero con una alternativa moderada y sensata. Don Mariano parece haber hecho los deberes mejor que Zetapé. Le tiene tomada la medida. Así que esta vez, al contrario de lo sucedido en el segundo debate entre Felipe y Aznar de 1993, el popular no pecó de exceso de confianza ni de triunfalismo. En definitiva, ganó. Aunque el debate sobre el debate esté servido.
El as en la manga que se decía tenía guardado el presidente del Gobierno para desarmar a su oponente o no llegó a sacarlo o lo hizo tan rápido que fue imperceptible. A no ser que fuese el "libro blanco" que puso encima de la mesa, y que resultó inútil durante el debate. Ni siquiera la acusación al PP de fomentar la abstención en la campaña resultó con enjundia, pese a los esfuerzos titánicos de Gabriel Elorriaga por errar. Fiesta grande en el cuartel general de los populares y cara de circunstancias en el socialismo de la happy pandy. Ello, a seis días de revelarse la verdadera foto política de España. El retrato de "evasión o victoria" de Zapatero o Rajoy.
A día de hoy, con todas las encuestas escupiendo paridad y con tanto voto oculto sin destapar, si los debates televisivos fuesen como una eliminatoria copera de fútbol deberíamos decir que Rajoy ha vencido a Zapatero en casa y a domicilio. Pero, ojo, si el fútbol es raro la política aún lo es más. Tanto que Zapatero y Rajoy hablando del mismo país parecían referirse a dos Españas distintas y distantes. Así que estamos metidos en un sprint final que llevará a uno solo a La Moncloa. Los dos se ven a día de hoy ganadores. Natural. Los dos corren cegados por el sol de mítines llenos de vítores y aplausos fervientes.
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